Posturas ante la inmigración y la llegada de refugiados: entre la islamofobia y la integración
La situación migratoria en la Europa actual, especialmente todo lo relacionado con las migraciones masivas procedentes de Oriente Medio acontecidas a partir de 2015, no puede tratarse desde un punto de vista simplista. Las posturas encontradas que abordan el tema y tienden a polarizar la visión sobre él, no se ajustan con frecuencia a la situación real y a sus implicaciones a nivel social, político, demográfico o económico. Como suele ser frecuente, la realidad no se proyecta en una disyuntiva entre el blanco y el negro, sino que se desenvuelve en una inmensa gama de grises.
En Europa existe, por un lado, un amplio espectro social que ve con enorme preocupación la inmigración en general y especialmente aquella que procede del mundo islámico. Estos sgrupos han visto con estupor la masiva llegada de emigrantes sirios durante la crisis migratoria de 2015 y 2016. En ella se incluirían amplios sectores de las clases medias y altas urbanas más conservadoras, profundamente preocupadas por la pérdida de bienestar que les pueda suponer, y opuestas con frecuencia a las políticas sociales de gasto público, que evidentemente han de aumentar con la llegada de grandes cantidades de refugiados, personas de escasísimo nivel de vida, demandantes, al menos en los primeros años, de ingentes recursos para su educación, integración y manutención. De ellos solo puede ocuparse el Estado (al margen de las ONGS, cuyo papel es limitado) a través de unos recursos públicos que se generan por vía impuestos, unos impuestos que pagan, a su vez y sobre todo, dichas clases medias y altas, en aras del equilibrio social, y que son la base de la sociedad de bienestar surgida a partir de la Segunda Guerra Mundial. Pero además, estos sectores están históricamente muy preocupado por la estabilidad y el orden, a juicio de muchos, en peligro por la llegada masiva de inmigrantes. La inmigración es vista así como foco de violencia y conflictividad, no solo por el supuesto aumento de la delincuencia y la inseguridad en la calle (lo que está por demostrar), sino también, por el desarrollo y aparición de grupos terroristas y violentos. Hablamos de la secuencia continua de atentados que se han producido en los últimos años en distintos países europeos: atentados en el Reino Unido, Francia, Bélgica, Suecia o España (atentado en las Ramblas de Barcelona en agosto de 2017), todos ellos protagonizados por células vinculadas al autodenominado Estado Islámico.
Atentado en las Ramblas de Barcelona en 2017. Fuente: EFE, www.confidencial.com |
En este grupo hostil, se incluirían amplios sectores de clase social baja, pero por otras razones. Estos sectores populares y obreros se han visto duramente afectados por la última crisis (paro, recortes en políticas sociales) y ven a los inmigrantes y refugiados como competidores sociales inaceptables. Rivalizan con ellos por los trabajos de bajo nivel de cualificación, recelan de los inmigrantes porque abaratan el mercado de trabajo y absorben grandes cantidades de recursos sociales, que antes iban dedicados a la población nacional. Por otro lado, estos grupos sociales se ven muy afectados por la inmigración, pues son los que a la postre tendrán que convivir con los nuevos vecinos, que se asientan por lo general en los barrios más humildes y obreros de las zonas urbanas, donde los precios de la vivienda son más baratos y el coste de la vida menor. El esfuerzo y las dificultades de la integración recae sobre estos sectores populares, son ellos los que tienen que compartir espacios y costumbres con los nuevos inquilinos, y eso en la realidad del día a día se hace más difícil de lo que parece desde un despacho. Este grupo es además especialmente vulnerable a los discursos fascistas y al populismo de derechas, precisamente por su menor nivel cultural, lo que le puede hacer especialmente receptivo a los estereotipos y perjuicios. Siguiendo esta reflexión se podría explicar por ejemplo el auge del Frente Nacional Francés en los suburbios de las grandes ciudades francesas como París o Marsella, antaño reducto de los partidos de izquierda. Igual reflexión permitiría explicar el auge que tuvo en los suburbios de las deprimidas ciudades de Alemania del Este el movimiento PEGIDA (Europeos Patriotas contra la Islamización de Occidente), hoy en clara decadencia debido a las divisiones internas y la presión política.
Manifestación anti-inmigración del grupo islamófobo y ultraderechista PEGIDA (Colonia, 2016). Fuente: www.rtve.es |
Junto a estos grupos, se encontraría un importante contingente de población rural o semirrural, ubicada en pueblos y pequeñas ciudades y alejada de las grandes zonas urbanas, que generalmente y hasta hace poco, no se había visto afectado por el proceso de inmigración. Sufre con especial crudeza el miedo al diferente y las inseguridades del momento. Más tradicional y menos formada, vive en sociedades poco cosmopolitas, que percibe los cambios bruscos y rápidos como algo profundamente negativo. Su menor contacto con otras culturas le hace más permeable a los perjuicios y los estereotipos y menos tolerante a los cambios. Este grupo demanda estabilidad y certidumbre y resulta muy sensible a los mensajes reiterados de los medios de comunicación sobre la violencia y el fanatismo de las otras culturas, especialmente la islámica. De hecho, y como es de sobra conocido, la clave de la victoria del Brexit en el Reino Unido estuvo en el apoyo masivo a éste de las zonas rurales y las pequeñas ciudades inglesas, mientras las grandes urbes votaban mayoritariamente por la permanencia en la UE. Y no lo olvidemos, la clave fundamental que explica el rechazo inglés a la U.E. está en el control de las fronteras nacionales y el problema de la inmigración.
La percepción que de la realidad tienen estos sectores hostiles o recelosos de la llegada de refugiados, se ve alimentada por toda una serie de mensajes emitidos por los medios de comunicación, más o menos subliminalmente, que alimentan los viejos estereotipos vigentes sobre el Islam desde el Medievo y que permanecen en el subconsciente de la Europa cristiana desde entonces. Este tipo de mensaje resulta quizás menos evidente que en otras épocas, pero deriva de una emisión continua de determinadas realidades (violencia, guerra, fanatismo religioso) y la omisión de otras, que nos pondrían en contacto con los aspectos positivos de la civilización islámica. A veces por una pretensión malintencionada, otras veces, por lo imperativo de la noticia, el caso es que la imagen transmitida por los medios a cerca del Islam tiende claramente a la deformación.
Imagen de un vídeo del DAESH amenazando con atentar en Roma y Al-andalus. Fuente: www.elconfidencial.com |
Mezclados todos estos intereses, surge una apreciable masa social, más o menos radicalizada, pero siempre hostil a la cultura islámica, que visualiza al inmigrante y al refugiado como un enemigo y al Islam como una cultura de violencia y atraso. Dentro de dicha masa social, cada vez mayor, se incluyen desde sectores de la tradicional derecha conservadora europea, que todavía enmascara su islamofobia y no la muestra abiertamente, hasta los sectores neofascistas que proliferan por toda Europa y cuyo peso electoral crece paralelamente a la llegada de inmigrantes y refugiados. Estos sectores denuncian la llegada de extranjeros como germen de todos los males: destrucción de las formas de vida y la cultura europea, inestabilidad y desorden, crisis económica y paro. Este neofacismo hace tiempo que ha optado por un "nuevo racismo", un racismo alejado de las tendencias clásicas surgidas en el siglo XIX, basadas en la genética y la raza, y que el nazismo hizo suyas. Se trata de un racismo centrado en la cultura, un nuevo "racismo cultural" que pone en valor la cultura propia, y ensalza los supuestos peligros a los que se ve sometido su futuro por la irrupción de nuevas culturas. Odia la mezcla racial, pero sobre todo la cultural, lo que -según ellos- llevaría a la cultura originaria a disolverse en una especie de conglomerado irreconocible, pero además odian la posible pervivencia de la cultura exógena, lo que para ellos resulta de una altivez y arrogancia inaceptable (solo sería aceptable una absorción total en la cultura receptora). En este sentido odian al Islam, porque resulta una cultura muy definida, que pervive dentro de la propia Europa a través de los inmigrantes y refugiados. La pervivencia de sus rasgos culturales (por ejemplo a través del rezo y la indumentaria de la mujer) es vista como una intolerable insolencia y un desprecio hacia la cultura europea y cristiana. En este sentido, la islamofobia de estos grupos derivaría no solo del imaginario colectivo procedente de los viejos perjuicios medievales, aún persistentes, sino también del hecho de que el Islam, en mucha mayor proporción que otras culturas, mantiene su resistencia a ser absorbida por la cultura cristiano-europea, y permanece, lo que resulta para ellos intolerable.
En última instancia, estos grupos demandan "mano dura", en el control de las costumbres que puedan atentar contra los valores culturales y sociales europeos (controversias con el uso del Burka, el chador o el hijab) y en la lucha contra el terrorismo yihadista, defendiendo incluso la restricción de las libertades propias del estado de derecho, por el que en ocasiones, no tienen gran estima. Creen que la obsesión por la defensa de las libertades puede hacer a Europa débil frente al "enemigo" exterior.
En última instancia, estos grupos demandan "mano dura", en el control de las costumbres que puedan atentar contra los valores culturales y sociales europeos (controversias con el uso del Burka, el chador o el hijab) y en la lucha contra el terrorismo yihadista, defendiendo incluso la restricción de las libertades propias del estado de derecho, por el que en ocasiones, no tienen gran estima. Creen que la obsesión por la defensa de las libertades puede hacer a Europa débil frente al "enemigo" exterior.
Pintada islamófaba en la mezquita de Oviedo. Fuente: islamhispania.blogspot.com.es |
Una mujer con burkini en una playa del sur de Francia. Fuente: www.diariosur.es |
El uso del Burka es cada vez más frecuente en las calles de las ciudades inglesas, belgas o francesas. Fuente: elpais.com |
Su rechazo a la inmigración y a las culturas no europeas, especialmente al Islam, se fusionan en su discurso con un tercer elemento, el antieuropeísmo político. Defensores acérrimos de la Europa cristiana, rechazan a la vez a la Unión Europea y optan por un profundo nacionalismo. La irrupción de cientos de miles de refugiados y el aumento continuo de la inmigración les ha dado la excusa para denunciar la política fronteriza de Europa y la libre circulación de personas, elemento clave y distintivo del proceso de integración europea, exigiendo el control de las fronteras propias. De hecho, y como hemos comentado los sectores antieuropeístas ingleses han podido imponer el Brexit gracias al contexto del que hablamos.
Existen, sin embargo, otros sectores con una visión abiertamente opuesta a la anterior, que conciben el proceso inmigratorio como algo positivo y enriquecedor. Una sociedad esencialmente urbana, progresista, abierta y ligada a los movimientos sociales, cuyo concepto de Europa es mucho más abierto e integrador. Entre estos sectores se encontraría una parte importante de la clase media más progresista y de la intelectualidad, ligada a movimientos de izquierda o liberales, que rechaza abiertamente el racismo, asume los valores positivos del multiculturalismo, considera la mezcla como algo abiertamente positivo y concibe la integración del diferente como algo no solo posible sino beneficioso. Conciben Europa como una tierra de asilo, y perciben la necesidad de ayuda al refugiado (la mayoría de los inmigrantes llegados en los últimos años por el este y sur de Europa son refugiados). Se escandalizan ante las imágenes terribles que se pueden ver en las fronteras, las "devoluciones en caliente" de Melilla o los inmigrantes ahogados en el mar Egeo. En la estructuración de esta respuesta resultan fundamentales los medios de comunicación, muy presentes en la ruta de los Balcanes y en el mar Egeo, que resaltan en la búsqueda de la noticia las situaciones especialmente trágicas. Un caso paradigmático fue la imagen del niño sirio Aylan Kurdi, que una fotógrafa de la agencia Reuters inmortalizó muerto sobre la arena de una playa turca en el Egeo tras el naufragio de la lancha en la que cruzaba con su familia hacia la isla griega de Kos. Europa entera se estremeció y una ola de solidaridad recorrió Europa desde entonces.
Estos sectores ponen el énfasis en la enorme contradicción existente entre los valores democráticos y tolerantes, que definen la actual realidad social y política de Europa, y el rechazo de la población refugiada que no solo huye de la pobreza, sino de la guerra. En consonancia con ello reclaman una política de puertas abiertas hacia todos aquellos que huyen de los conflictos bélicos y una política de asilo más flexible. Frente a la obsesión por la seguridad de otros sectores, ellos remarcan la necesidad de una solidaridad hacia los menos desfavorecidos. Conscientes de los elevados gastos sociales que implica la entrada masiva de población inmigrante y refugiada en un país, abogan por una redistribución de los recursos nacionales en un sentido más solidario, lo que supone una apuesta por las políticas sociales, frente a otro tipo de gastos, y un fortalecimiento en definitiva del llamado Estado de bienestar, puesto en cuestión por los durísimos ajustes que se han vivido en la mayoría de los países desde el surgimiento de la última crisis económica.
Un caso destacado al respecto lo han supuesto en España algunos ayuntamientos especialmente significativos, como el de Barcelona y Madrid, que protagonizaron sucesivas iniciativas con la intención de acoger un importante número de refugiados.
Un caso destacado al respecto lo han supuesto en España algunos ayuntamientos especialmente significativos, como el de Barcelona y Madrid, que protagonizaron sucesivas iniciativas con la intención de acoger un importante número de refugiados.
Durante la crisis de los refugiados de 2015, la alcaldía de Madrid descolgó en el Palacio de Cibeles una pancarta dando la bienvenida a los refugiados. Fuente: Cristina Martín, www.madridiario.es |
Pancarta a favor de la recepción de refugiados en el Palacio de Cibeles de Madrid. Fuente: Pinterest |
Consecuencias de la crisis migratoria y de refugiados
Desde que el ser humano surgió sobre el planeta, lo hizo como un inmigrante. Forzados por la necesidad, los primeros homínidos no cesaron de moverse en aras de su supervivencia. El homo sapiens colonizó todos los territorios y se movió sin descanso en busca de nuevos recursos, abandonaba unas zonas y se dirigía a otras, colonizando nuevos territorios. En el código genético del hombre está la migración, y está también la lucha por la supervivencia. Se sedentarizó en el Neolítico, pero cuando necesitó desplazarse para sobrevivir, lo hizo. Y cuando se movía y se asentaba en otros territorios, el conflicto y la rivalidad por el control de los recursos con otras especies o con otros miembros de su misma especie, era seguro. Las migraciones son elementos dinámicos que transforman las sociedades de salida y sobre todo las de entrada, y los cambios llevan inherentes una interacción e influencia cultural, pero también implican un elevado nivel de conflictividad. Los movimientos migratorios actuales no son una excepción. El impacto sobre las sociedades europeas actuales de la llegada de cientos de miles inmigrantes y refugiados es enorme, por cuanto que su llegada masiva se produce en muy poco tiempo, y en un contexto ya de por sí complicado: una Europa afectada duramente por la crisis desde hace años, con altos niveles de paro y graves problemas sociales, cuyo sistema político, surgido tras la Segunda Guerra Mundial, se tambalea; una Europa envuelta en un proceso de globalización que supone una pérdida importante de las viejas seguridades, con cambios tecnológicos importantes que influyen además en los modelos vigentes de relaciones sociales.
A nivel social y cultural son evidentes las dificultades de la nueva situación, que no ha hecho más que comenzar, porque los flujos migratorios y de refugiados se acrecentarán en el futuro. La realidad es tozuda y el "buenismo" de los sectores más progresistas (que ven en la llegada de inmigrantes una fuente de riqueza cultural y una oportunidad para el entendimiento y conocimiento entre culturas y civilizaciones) choca demasiadas veces con la situación real. La integración real y total es muy difícil, funciona con éxito en el caso de algunos grupos sociales concretos (músicos, intelectuales, etc.), puede ser efectiva en algunos individuos o familias concretas, pero no resulta tan fácil en la vida real de los barrios de las grandes ciudades, donde la convivencia se hace difícil. Además, el aumento de la violencia y el terrorismo islámico es probable que acreciente en el futuro más inmediato la desconfianza mutua entre las comunidades islámicas y la sociedad cristiana en la que se inserta. El conflicto, como a lo largo de la historia, está servido y hay que asumirlo: un hecho evidente es la tendencia a la creación de guettos, sobre todo en Centroeuropa, convertidos en certificados de la difícil convivencia. Como muestra, las banlieues o suburbios de las ciudades francesas, barrios obreros construidos desde los sesenta, donde se ha asentado el grueso de la población inmigrante. Convertidos en auténticos guettos, envuelven las grandes ciudades francesas y en ellos proliferan el paro, la marginalidad y la delincuencia organizada. De hecho, los guettos no son una novedad, son parte de la historia europea. El guetto es un signo distintivo de la convivencia entre culturas y religiones durante la España medieval, tan expuesta como ejemplo de convivencia entre culturas a nivel histórico. Las comunidades islámica, judía y cristiana interactuaron y se influyeron durante mucho tiempo, pero apenas se mezclaron y nunca se integraron, viviendo en guettos no solo físicos sino mentales durante siglos. Y de vez en cuando, la conflictividad más extrema rompía la débil coexistencia, eran entonces momentos de limpieza étnica y religiosa, de matanzas.
A pesar de todo, es evidente que la interacción cultural y religiosa se va a producir y se está produciendo, lo cual solo puede enriquecer la cultura europea. Pero también encontramos claroscuros en tal interacción. No podemos olvidar que la mayoría de los emigrantes y refugiados proceden de sociedades mucho más retrógradas y conservadoras, como las de Siria o Afganistán, cuyas costumbres y valores chocan en ocasiones con los vigentes en Europa, que perciben la homosexualidad o la igualdad de género de manera muy diferente, que en su mayoría no asumen los valores de la secularización y mucho menos del laicismo, que proceden de sociedades cuya tradición democrática no existe. En este sentido, el enriquecimiento cultural puede venir ligado a un aumento del conservadurismo social y a una involución en la lucha por los derechos sociales de los sectores más desfavorecidos (mujeres u homosexuales). Solo hace falta ver la activa posición del mundo musulmán francés frente al matrimonio gay en Francia o la actitud de la comunidad islámica ante el acto terrorista que acabó con la vida de los dibujantes de la revista satírica Charlie Hebdo: al contrario que frente a otros atentados fundamentalistas, en ese caso los musulmanes apenas salieron a la calle contra el terrorismo, sencillamente porque concebían como una profunda ofensa las sátiras de la revista, que profanaba la imagen del Profeta, que según la tradición musulmana no debe ni siquiera ser representado. Es obvio que la sátira religiosa no encaja en la mentalidad de la mayoría de los musulmanes europeos.
A pesar de todo, es evidente que la interacción cultural y religiosa se va a producir y se está produciendo, lo cual solo puede enriquecer la cultura europea. Pero también encontramos claroscuros en tal interacción. No podemos olvidar que la mayoría de los emigrantes y refugiados proceden de sociedades mucho más retrógradas y conservadoras, como las de Siria o Afganistán, cuyas costumbres y valores chocan en ocasiones con los vigentes en Europa, que perciben la homosexualidad o la igualdad de género de manera muy diferente, que en su mayoría no asumen los valores de la secularización y mucho menos del laicismo, que proceden de sociedades cuya tradición democrática no existe. En este sentido, el enriquecimiento cultural puede venir ligado a un aumento del conservadurismo social y a una involución en la lucha por los derechos sociales de los sectores más desfavorecidos (mujeres u homosexuales). Solo hace falta ver la activa posición del mundo musulmán francés frente al matrimonio gay en Francia o la actitud de la comunidad islámica ante el acto terrorista que acabó con la vida de los dibujantes de la revista satírica Charlie Hebdo: al contrario que frente a otros atentados fundamentalistas, en ese caso los musulmanes apenas salieron a la calle contra el terrorismo, sencillamente porque concebían como una profunda ofensa las sátiras de la revista, que profanaba la imagen del Profeta, que según la tradición musulmana no debe ni siquiera ser representado. Es obvio que la sátira religiosa no encaja en la mentalidad de la mayoría de los musulmanes europeos.
En el norte de Marsella, se extienden los suburbios donde se concentra buena parte de la población inmigrante de la ciudad, en su mayoría de origen norteafricano y musulmán. Fuente: www.la-croix.com. |
A nivel político los peligros son aún mayores: ya hoy asistimos al desarrollo de unas tendencias claras hacia el autoritarismo, así como al crecimiento del racismo y la xenofobia. La llegada masiva de inmigrantes y refugiados acrecienta la inseguridad de amplios sectores de la población, que busca un asidero natural en ideologías neofascistas y racistas, que ofrecen respuestas sencillas y rápidas a sus incertidumbres. El crecimiento de la ultraderecha en Centroeuropa, Escandinavia o en países mediterráneos como Grecia o Italia, se articula en torno a la crisis migratoria, como la crisis de entreguerras alimentó al viejo fascismo de los años 1920 y 1930. Hablamos de partidos como Alternativa por Alemania (en las elecciones de 2017 obtuvo el 13 %votos y más de 90 escaños), el Partido por la Libertad holandés de Geert Wilders (segunda fuerza política del país con el 13% de votos), el Partido de la Libertad austriaco (26% de los votos en las elecciones de 2017) o el Frente Nacional de Marine Le Pen (el segundo partido más votado en las elecciones de 2017, con un 21% de los votos, lo que le permitió pasar a la segunda vuelta). En este grupo podríamos englobar también partidos como el UKIP (Partido para la Independencia del Reino Unido), firme opositor a la Unión Europea, que ha crecido en los últimos años gracias a su rechazo de la inmigración, o la xenófoba Liga Norte italiana, que se ha convertido en las elecciones de marzo de 2018 en el principal partido de la derecha italiana con el 17% de los votos. A estos partidos habría que añadir movimientos políticos en Escandinavia y los países del Este, donde las tendencias ultraconservadoras y xenófobas han crecido de forma desmesurada. Estos grupos ponen claramente en cuestión la propia Unión Europea, denunciando su incapacidad para controlar las fronteras y los flujos migratorios. No hay duda de que buena parte del antieuropeísmo actual, que ha desembocado en el Brexit británico, tiene su origen en el fenómeno masivo de la inmigración. Amplios sectores ultraconservadores reaccionan ante dicho fenómeno volviendo a un nacionalismo exacerbado de tendencias autoritarias. Visto desde este punto de vista, parece claro que hoy por hoy, la inmigración se ha convertido en el gran talón de Aquiles del proyecto europeo.
En el otro extremo, es previsible, y ya está ocurriendo, un proceso de reislamización de las comunidades musulmanas europeas, como reacción ante la hostilidad creciente hacia su comunidad. Igualmente, se produce un desarraigo creciente entre los inmigrantes musulmanes de segunda generación, muchos de los cuales no llegan nunca a sentirse ciudadanos del país en el que han nacido, pero que tampoco se siente ciudadanos del país del que sus padres emigraron. En semejante situación, el único asidero que les queda es el Islam, que les aporta la identidad y la certidumbre de la que carecen. La mayoría de los terroristas yihadistas en Europa no son refugiados o inmigrantes recién llegados, son chicos criados en Europa, hijos o nietos de viejos emigrantes, que se sienten ciudadanos de segunda en su propio país. Es muy previsible, que el millón de refugiados llegados a Europa desde Oriente Medio en la última crisis migratoria del 2015-16, empiece pronto este proceso de frustración. Todos ellos vinieron con elevadas ilusiones de formación y trabajo, pero después de dos años, buena parte siguen en el mismo albergue (si no lo han quemado los neonazis austriacos o alemanes) dependiendo de la ayuda social del Estado. Si tal situación se prolonga en el tiempo, la frustración de esas personas, y sobre todo de sus hijos, puede convertirse en un cóctel molotov. Se produce así un proceso de acción-reacción, en el que el neofascismo y el fundamentalismo religioso se pueden retroalimentar, llevando a Europa por el camino de la conflictividad desenfrenada.
kamal Aharchi fue jugador de la selección belga de fútbol sala en el 2000, antes de radicalizarse e ingresar en el DAESH, en cuyas filas combatió en Siria e Irak. Fuernte: www.as.com |
El rapero alemán Denis Cuspert dio un giro a su vida y se convirtió en soldado del DAESH. Fuente: www.elintelecto.com |
A nivel demográfico, no hay duda de la influencia positiva que tiene la inmigración. Es muy posible que la política de puertas abiertas que la Alemania de Merkel sostuvo durante meses frente a la inmigración siria, no tuviera su base en una cuestión humanitaria, sino estrictamente demográfica, y por extensión, también económica. Los refugiados sirios, como la mayoría de los inmigrantes, son población joven, con muchos hijos pequeños y costumbres natalistas, una oportunidad para rejuvenecer la población del país. Europa está envejecida, su única salida a nivel demográfico es la inmigración de población joven de otros continentes. España es un ejemplo paradigmático: su natalidad está entre las más bajas del planeta, su esperanza de vida es altísima, ambos factores determinan un envejecimiento de la población, lo que implica un aumento de la población dependiente y una falta de relevo generacional.
España debería en la primera década del siglo XXI haber entrado en recesión demográfica y tener un crecimiento real negativo. Sin embargo, la llegada de población inmigrante masiva rejuveneció el país, por cuanto que la mayoría eran jóvenes en edad de trabajar y venían con una mentalidad netamente natalista. Durante algunos años, justo los anteriores al inicio de la última crisis, la mitad de los nacimientos eran de padres inmigrantes, aunque éstos solo suponían el 10% de la población. Este flujo de inmigrantes permitió mantener los niveles elevados de crecimiento económico, al procurar abundante mano de obra para sectores como la construcción y el turismo. En el presente, sin embargo, la situación ha dado un giro radical: tras el parón inmigratorio y la salida de población del país que ha supuesto la crisis económica, España ha entrado en crecimiento negativo y pierde población cada año.
España y Europa necesitan mano de obra, y el sistema de bienestar y las pensiones de los mayores dependen en gran medida de la llegada de población activa joven que sostenga a una población irremediablemente envejecida. El dinamismo económico de Europa, pues, está ligado a medio y largo plazo a la llegada de inmigrantes. A pesar de todo, es evidente que a corto plazo, la llegada de extranjeros, especialmente si se produce de forma masiva como en el caso de la crisis migratoria de de 2015, produce enormes gastos en políticas sociales que afectan negativamente a la economía del país receptor, que ve su educación, sanidad y servicios sociales colapsados. Eso es lo que ha ocurrido en Alemania en los últimos años.
España debería en la primera década del siglo XXI haber entrado en recesión demográfica y tener un crecimiento real negativo. Sin embargo, la llegada de población inmigrante masiva rejuveneció el país, por cuanto que la mayoría eran jóvenes en edad de trabajar y venían con una mentalidad netamente natalista. Durante algunos años, justo los anteriores al inicio de la última crisis, la mitad de los nacimientos eran de padres inmigrantes, aunque éstos solo suponían el 10% de la población. Este flujo de inmigrantes permitió mantener los niveles elevados de crecimiento económico, al procurar abundante mano de obra para sectores como la construcción y el turismo. En el presente, sin embargo, la situación ha dado un giro radical: tras el parón inmigratorio y la salida de población del país que ha supuesto la crisis económica, España ha entrado en crecimiento negativo y pierde población cada año.
España y Europa necesitan mano de obra, y el sistema de bienestar y las pensiones de los mayores dependen en gran medida de la llegada de población activa joven que sostenga a una población irremediablemente envejecida. El dinamismo económico de Europa, pues, está ligado a medio y largo plazo a la llegada de inmigrantes. A pesar de todo, es evidente que a corto plazo, la llegada de extranjeros, especialmente si se produce de forma masiva como en el caso de la crisis migratoria de de 2015, produce enormes gastos en políticas sociales que afectan negativamente a la economía del país receptor, que ve su educación, sanidad y servicios sociales colapsados. Eso es lo que ha ocurrido en Alemania en los últimos años.
Estas tres pirámides de población reflejan la evolución y tendencia al envejecimiento de la población española. |
Como conclusión: posibles soluciones al "problema de la inmigración"
Como hemos comentado, la llegada de extranjeros a Europa, ya sean refugiados o inmigrantes, implica aspectos negativos y positivos. Pero la asunción de tales flujos migratorios, no es una opción, en otras palabras, no podemos elegir una Europa con inmigrantes o una Europa sin inmigrantes. La inmigración es una realidad no elegible, y Europa tiene que aceptar, quiera o no, un futuro de diversidad y de multiculturalidad. Lo único que puede es incidir en la ralentización y modelación del proceso, restringiendo y regulando en la medida de lo posible unos flujos de población que son imparables.
Partiendo de esa base, las cosas se pueden hacer mejor o peor, mitigando los aspectos negativos y amplificando los elementos positivos del proceso o a la inversa. Con el objetivo de que el proceso sea lo más beneficioso posible, es fundamental regular adecuadamente los flujos, para que no resulten masivos y concentrados en el tiempo, como ocurrió en la última crisis de refugiados del 2015, protagonizada especialmente por los refugiados que huían de la guerra civil en Siria. Unos flujos desordenados y masivos pueden derivar en graves problemas sociales a corto y medio plazo. Puede parecer un acto de manifiesta insolidaridad, pero al contrario que los países vecinos de las zonas de conflicto (el caso de Líbano, Turquía y Jordania respecto a la guerra en Siria), los refugiados en Europa son mantenidos por los propios países de acogida, lo que implica enormes gastos nada fáciles de sostener de forma prolongada en el tiempo. Por otra parte, la cercanía del refugiado a su país de origen es fundamental, pues se supone que, al contrario que el inmigrante económico, él se va por la fuerza y quiere volver cuando las condiciones políticas y económicas mejoren.
En este sentido, resulta fundamental actuar sobre los países de partida y los focos de conflicto. La ayuda al desarrollo de los países emisores de emigrantes reduce la emigración de esos países. No hay duda de que la mejora de las condiciones de vida, el nivel de empleo y el crecimiento económico de los países más pobres influye decisivamente en la reducción de los flujos migratorios. Sin invertir en desarrollo resulta absurdo desafiar el comercio humano desarrollado por las mafias de traficantes de personas. En el caso concreto de los refugiados hay que actuar sobre los focos de conflictos con inteligencia y prudencia. La política de Occidente en el Magreb, el África subsahariana y el Oriente Medio ha estado siempre subordinada a sus intereses inmediatos y nunca ha buscado el bienestar y la justicia de los pueblos que en esas zonas vivían. A la larga eso ha resultado contraproducente. Durante décadas, tras la independencia apoyó a regímenes corruptos y autoritarios que servían adecuadamente a sus intereses, respaldando después transiciones democráticas, pero solo cuando el descrédito de los tiranos los convertía en inservibles y sus gobiernos se volvían insostenibles. Así ha ocurrido con las llamadas primaveras árabes, surgidas en el Oriente Medio y el Norte de África, marcadas por la revolución de los pueblos contra el autoritarismo de las oligarquías que los gobernaban: cuando las dictaduras cayeron, la Europa que las había sostenido, encabezó el apoyo a las revueltas, sin entender que el vacío de poder surgido, al no existir una sociedad vertebrada políticamente, lo iba a rellenar el Islam político, y el caos y la guerra civil se apoderarían de la zona. Eso es lo que ha ocurrido en Libia, Yemen o Siria, cuya realidad está marcada por la guerra, las luchas sectarias y la inestabilidad política, de las que se alimenta el islamismo radical. Por otra parte, Occidente debe mostrar coherencia en su política exterior en la zona, no se puede apoyar a los kurdos a la vez que a los turcos; no se puede lanzar una cruzada contra el DAESH y a la vez apoyar a otros grupos yihadistas, solo porque están contra del régimen sirio; no se puede ser aliado de Arabia Saudí y no percibir que su dinero mantiene la extensión del salafismo y el yihadismo en todo el mundo; no se puede demandar una paz justa en Palestina, mientras se consienten todas las brutalidades del "estado gamberro" de Israel, que se encuentra por encima de la legalidad internacional en virtud del amparo europeo y sobre todo estadounidense; al contrario de lo hecho hasta ahora, hay que tratar de reducir las tensiones sectarias entre chiíes y sunníes. En otras palabras, Europa debe buscar rellenar los vacíos de poder, buscando un equilibrio entre chiíes y suníes, buscando la justicia social y el equilibrio de la riqueza en la zona, apostando por la modernización y la democratización, a la vez que debe de tratar de integrar las tendencias islamistas más moderadas en el sistema político. Eso es algo difícil, pero alguna vez hay que empezar, porque hasta ahora lo que ha hecho es ir en la dirección contraria.
Igualmente se deben inyectar grandes cantidades de dinero (en parte lo ha hecho con los acuerdos con Turquía que pusieron fin al flujo masivo de refugiados por el Egeo) para que los refugiados se queden en los países cercanos (en el caso de Siria, en Líbano, Jordania y Turquía). De esa manera, podrían volver fácilmente a su país con el final de la guerra.
Respecto a los refugiados asentados ya en Europa, algo aplicable también al conjunto de los inmigrantes, es muy importante apostar por la integración, evitando a toda costa la creación de guettos y apostando por políticas sociales que permitan el mayor grado de integración en el menor tiempo posible. El extranjero debe ante todo y primero, integrarse económicamente, crear riqueza y pagar impuestos, teniendo un trabajo que le permita no ser una carga para la sociedad. Solo después, se puede producir la integración social y cultural. Lo contrario implica altos niveles de frustración, recelo y desconfianza, que conducen a la violencia política y social. En este sentido, resulta clave la importancia de la educación, resultando esencial la integración de los niños en el sistema educativo y la adaptación de éste a la nueva realidad multicultural, haciéndose hincapié en la enseñanza de los valores de la tolerancia y la solidaridad. A corto plazo puede parecer irrelevante, pero a largo plazo es uno de los ingredientes determinantes.
Sin embargo, todos estos factores requieren de una enorme cantidad de recursos y un Estado de bienestar fuerte y activo, que es lo que precisamente ha estado en cuestión en la última década de la historia de Europa, sometida a una profunda crisis, con fuertes recortes presupuestarios y un cuestionamiento recurrente de la viabilidad del llamado Estado Social. Este Estado de bienestar es hoy, sin embargo y más que nunca, la clave del presente y futuro de Europa, al permitir la cohesión y el equilibrio social de una sociedad cada vez más desequilibrada y diversa, que necesita de los poderes públicos y sus servicios (educación, sanidad, pensiones, servicios sociales) para regular de forma inteligente los posibles conflictos. Una sociedad injusta es siempre muy conflictiva, pero si esa sociedad es además muy diversa, el cóctel puede ser mucho más explosivo. Solo en la búsqueda de la justicia social y la reducción de los contrastes sociales podemos hacer viables la integración y la multiculturalidad.
En este sentido, resulta fundamental actuar sobre los países de partida y los focos de conflicto. La ayuda al desarrollo de los países emisores de emigrantes reduce la emigración de esos países. No hay duda de que la mejora de las condiciones de vida, el nivel de empleo y el crecimiento económico de los países más pobres influye decisivamente en la reducción de los flujos migratorios. Sin invertir en desarrollo resulta absurdo desafiar el comercio humano desarrollado por las mafias de traficantes de personas. En el caso concreto de los refugiados hay que actuar sobre los focos de conflictos con inteligencia y prudencia. La política de Occidente en el Magreb, el África subsahariana y el Oriente Medio ha estado siempre subordinada a sus intereses inmediatos y nunca ha buscado el bienestar y la justicia de los pueblos que en esas zonas vivían. A la larga eso ha resultado contraproducente. Durante décadas, tras la independencia apoyó a regímenes corruptos y autoritarios que servían adecuadamente a sus intereses, respaldando después transiciones democráticas, pero solo cuando el descrédito de los tiranos los convertía en inservibles y sus gobiernos se volvían insostenibles. Así ha ocurrido con las llamadas primaveras árabes, surgidas en el Oriente Medio y el Norte de África, marcadas por la revolución de los pueblos contra el autoritarismo de las oligarquías que los gobernaban: cuando las dictaduras cayeron, la Europa que las había sostenido, encabezó el apoyo a las revueltas, sin entender que el vacío de poder surgido, al no existir una sociedad vertebrada políticamente, lo iba a rellenar el Islam político, y el caos y la guerra civil se apoderarían de la zona. Eso es lo que ha ocurrido en Libia, Yemen o Siria, cuya realidad está marcada por la guerra, las luchas sectarias y la inestabilidad política, de las que se alimenta el islamismo radical. Por otra parte, Occidente debe mostrar coherencia en su política exterior en la zona, no se puede apoyar a los kurdos a la vez que a los turcos; no se puede lanzar una cruzada contra el DAESH y a la vez apoyar a otros grupos yihadistas, solo porque están contra del régimen sirio; no se puede ser aliado de Arabia Saudí y no percibir que su dinero mantiene la extensión del salafismo y el yihadismo en todo el mundo; no se puede demandar una paz justa en Palestina, mientras se consienten todas las brutalidades del "estado gamberro" de Israel, que se encuentra por encima de la legalidad internacional en virtud del amparo europeo y sobre todo estadounidense; al contrario de lo hecho hasta ahora, hay que tratar de reducir las tensiones sectarias entre chiíes y sunníes. En otras palabras, Europa debe buscar rellenar los vacíos de poder, buscando un equilibrio entre chiíes y suníes, buscando la justicia social y el equilibrio de la riqueza en la zona, apostando por la modernización y la democratización, a la vez que debe de tratar de integrar las tendencias islamistas más moderadas en el sistema político. Eso es algo difícil, pero alguna vez hay que empezar, porque hasta ahora lo que ha hecho es ir en la dirección contraria.
Igualmente se deben inyectar grandes cantidades de dinero (en parte lo ha hecho con los acuerdos con Turquía que pusieron fin al flujo masivo de refugiados por el Egeo) para que los refugiados se queden en los países cercanos (en el caso de Siria, en Líbano, Jordania y Turquía). De esa manera, podrían volver fácilmente a su país con el final de la guerra.
Respecto a los refugiados asentados ya en Europa, algo aplicable también al conjunto de los inmigrantes, es muy importante apostar por la integración, evitando a toda costa la creación de guettos y apostando por políticas sociales que permitan el mayor grado de integración en el menor tiempo posible. El extranjero debe ante todo y primero, integrarse económicamente, crear riqueza y pagar impuestos, teniendo un trabajo que le permita no ser una carga para la sociedad. Solo después, se puede producir la integración social y cultural. Lo contrario implica altos niveles de frustración, recelo y desconfianza, que conducen a la violencia política y social. En este sentido, resulta clave la importancia de la educación, resultando esencial la integración de los niños en el sistema educativo y la adaptación de éste a la nueva realidad multicultural, haciéndose hincapié en la enseñanza de los valores de la tolerancia y la solidaridad. A corto plazo puede parecer irrelevante, pero a largo plazo es uno de los ingredientes determinantes.
Alumnos de infantil en un aula del colegio Tenerías (Madrid). Fuente: www.correomadrid.com |
Sin embargo, todos estos factores requieren de una enorme cantidad de recursos y un Estado de bienestar fuerte y activo, que es lo que precisamente ha estado en cuestión en la última década de la historia de Europa, sometida a una profunda crisis, con fuertes recortes presupuestarios y un cuestionamiento recurrente de la viabilidad del llamado Estado Social. Este Estado de bienestar es hoy, sin embargo y más que nunca, la clave del presente y futuro de Europa, al permitir la cohesión y el equilibrio social de una sociedad cada vez más desequilibrada y diversa, que necesita de los poderes públicos y sus servicios (educación, sanidad, pensiones, servicios sociales) para regular de forma inteligente los posibles conflictos. Una sociedad injusta es siempre muy conflictiva, pero si esa sociedad es además muy diversa, el cóctel puede ser mucho más explosivo. Solo en la búsqueda de la justicia social y la reducción de los contrastes sociales podemos hacer viables la integración y la multiculturalidad.
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